Un artículo del Dr. Jorge Rachid
La incomprensión de los procesos populares
latinoamericanos, en especial del peronismo, hace que aquellos pensadores e
intelectuales que construyen su pensamiento desde miradas eurocéntricas o sobre
los debates económicos sociales del siglo XlX al calor de la Revolución
Industrial, tengan poca comprensión e incluso ignorancia en el acontecer de su
tiempo. Deviene dicha incomprensión de aquella época en que Carlos Marx
caracterizaba al Libertador Simón Bolívar de caudillo salvaje, expresión
auténtica de la barbarie. Términos demasiados conocidos desde entonces por los
argentinos a través de la historia.
Hoy frente a los procesos políticos que desde el año
2003 se desarrollan en la Argentina, desde el peronismo, primero con Néstor Kirchner
y luego con la Presidenta Cristina Fernández, recuperando lo doctrinario y
simbólico del peronismo abandonado en el tráfico ideológico de los 90, desde
los Derechos Humanos con verdad, memoria y justicia hasta la reparación de los
derechos laborales y sociales plenos, con una fuerte impronta de obra pública,
ampliación del empleo y empuje a la industrialización, integración del UNASUR,
entre otros avances, aquellos sectores que vuelen a creer en el Movimiento
Nacional, bienvenido que así sea, comienzan a plantear su visión de traje a su
medida, para que los fundamentos epistemológicos que desarrollaron a lo largo
de sus vidas, que lejos de adherir a los movimientos populares caracterizaban a
estos, en especial al peronismo, como populismo, no se vean afectados.
Como si fuese una mala palabra, el populismo era la
denominación peyorativa de lo popular, lo sigue siendo. Era casi una
minimización en el mejor de los casos, cuando no una denostación, de sus
posibilidades como movimiento de dar respuestas a las demandas políticas y
sociales a futuro, ya que no entraba en los análisis del materialismo
histórico, ni comprendía el análisis científico de la construcción dialéctica.
No entraba en su traje filosófico. De ahí que esta nueva situación en nuestro
país comenzó a ser denominada por los nuevos habitantes del universo nacional y
popular “ pos peronismo”, “populismo científico”, “kirchnerismo puro” u otras
denominaciones, como la caracterización histórica de “izquierdas y derechas”
que inunda los análisis mas superficiales.
El ninguneo histórico se asemeja al olvido que
durante el desarrollo de la historia oficial se intentó con los pueblos
originarios. Casi no existieron, desaparecidos de la historia, como lo son los
trabajadores, protagonistas de las páginas heroicas de nuestro país que a la
hora de los análisis sobre los procesos de liberación nacional durante las
dictaduras o en la construcción de los modelos sociales a futuro, no figuran ni
están presentes. Esa concepción que remeda vanguardismos intelectuales montados
sobre los acontecimientos de la hora actual del panorama político de nuestro
país, no aporta al proceso transformador que vivimos, si no lo hace desde una
comprensión plena de las contradicciones lógicas y las necesarias nuevas
síntesis que requiere la marcha del movimiento nacional y popular, que integre
la totalidad de las fuerzas coaligadas, en un desafío al cual estamos todos
convocados.
De ahí que los términos derechas e izquierdas
siempre enarbolados, suenen antiguos y descontextualizados en pleno siglo XXl.
Como caracterizar sino de izquierdas a sectores que hoy aportan a la
acumulación política del gobierno, siendo gobernadores, intendentes, dirigentes
diversos, desde concepciones en algunos casos neoliberales y en otros,
ultramontanos y clericales. De la misma manera es fácil caracterizar de
derechas a la Sociedad Rural, pero hacerlo con el Frente de la Izquierda o el
Socialismo requiere un ejercicio pleno de abstracción intelectual. Como en 1945
con el Partido Comunista al lado del embajador de EEUU, o los partidos
populares junto a los conservadores, que no percibieron los nuevos tiempos y
etiquetaron al “aluvión zoológico” que irrumpió en la historia con agravios y
caracterizaciones socialmente racistas.
Las izquierdas europeas de hoy, socialdemócratas,
verdadera ala izquierda del neoliberalismo, es la expresión acabada de la
claudicación histórica de un pensamiento rendido al posibilismo del poder.
Intentaron una pátina progresista con Antony Guidens con la Tercera Vía, bajo
el amparo del premier británico laborista Tony Blair, en un congreso
internacional, donde al calor de los bombardeos de la ocupación de Irak y Afganistán,
de los cuales participaban, pretendieron diferenciarse del neoliberalismo
dominante. Sectores del campo nacional de nuestro país participaron y
participan aún hoy de esa movida, incluso sectores del peronismo. Antes, en la
dictadura sectores del peronismo adhirieron a la Fundación Rockefeler, ariete
del Departamento de Estado para América Latina, otros en los 90 quisieron
llevar al peronismo sucesivamente a la Democracia Cristiana europea centro del
pensamiento conservador y luego al entente Reagan- Tatcher cercano al Thea
Parhy de hoy. Un verdadero desatino que extraña la palabra filosa del maestro
Jauretche o el Mordisquito de Enrique Santos Discépolo, en un caleidoscopio de
zonceras difícil de explicar, excepto para quienes creemos que la historia la
construyen los pueblos, los nuevos paradigmas también en la conciencia
colectiva que se expresa en cada momento, con la mirada y la filosofía de lo
nacional y popular.
Las adhesiones de sectores ajenos al peronismo, a la marcha del proceso
político vigente, tienen por momentos el tinte de la provisionalidad. Esto es
casi como condicionar un proceso
político que desde el peronismo ha posibilitado recuperar al estado como
ordenador social y a la política como herramienta de construcción del modelo de
justicia social, combatiendo enemigos en el mismo cuerpo del movimiento
nacional, favoreciendo la dispersión o procurando la fragmentación, en especial
en coyunturas electorales, donde el espacio propio, concepción bien neoliberal,
impregna el accionar político. Esa adhesión de provisoria pasa a frágil cuando
las “papas queman”. Desconocen el peronismo: primero la Patria, luego el
Movimiento y por último los hombres, en realidad los nombres. Quieren un
peronismo estéticamente democrático y maduro, mas parecido a Lula que a Chavez,
aunque ambos comprendan al peronismo y al país, mejor que aquellos que tiñen de
su pintura la realidad, desconociéndola. Escuchaban a Alan Touraine en los 90 y
ahora imaginan a Paul Krugman o Stigliz como aliados incondicionales. Siempre
en la búsqueda de modelos externos cuando nuestra historia reciente y lejana
ofrece múltiples ejemplaridades de defensa de lo nacional.
El gobierno ha sido desde lo simbólico también un
recuperador de la estética y el pensamiento peronista, desde la concepción del
Bicentenario recuperando historia no oficial hasta los reconocimientos a Perón
y Evita, en homenajes, esculturas, representaciones, cuidadosamente evitadas
con el neoliberalismo dominante. Los íconos culturales también juegan la
historia a futuro como hecho cultural de identidad, por lo cual es necesario salir
al ruedo a reafirmar lo doctrinariamente peronista de la etapa, frente al
facilismo de los intelectuales que decretan comienzos o finalizaciones de
procesos históricos.
Uno aún se pregunta que hubiese sido de la vida de
Eva Duarte sin un Perón, o de Ramón Carrillo sin el líder y no deja de
preguntarse como es posible un
movimiento nacional como el peronismo con casi 70 años de vigencia desde 1943,
sólo explicable por su fortaleza doctrinaria, concepción del mundo, filosofía
de vida e identidad nacional, que interpretó cabalmente desde un liderazgo, la
memoria colectiva de un pueblo.
El debate está abierto y bienvenido sea, ya que así
se construye la memoria, sin exclusiones ni discursos únicos de los
propietarios de la verdad. Estamos en un momento dinámico, único de una
Latinoamérica enmarcada en la defensa de los intereses comunes de los pueblos,
de crisis global del capitalismo financiero, de defensa del patrimonio
nacional, saliendo de una crisis terminal y con muchas demandas pendientes,
pero ese debate saludado y necesario, no puede poner en juego los desafíos
estratégicos de quien conduce, casi un Perogrullo
de manual de Conducción Política. Quien conduce y lidera, hoy Cristina,
escucha, promueve, zarandea, provoca, pero su obligación no es pelear, es vencer,
por lo cual el sistema de alianzas necesarias, los tiempos de concreción
política y el apuntalamiento de la acumulación los decide la conducción.
El Movimiento Nacional es una herramienta de
liberación y sus objetivos trascienden generaciones, crean cultura y forjan
identidad. Toda otra pelea supone mediocridad o ignorancia, pero nunca será un
aporte a la consolidación del peronismo como eje nacional y popular.