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miércoles, 10 de junio de 2009

A 53 años del fusilamiento y masacre de 31 compañeros peronistas



La Dictadura cívico militar encabezada
por Pedro Eugenio Aramburo e Isaac
Francisco Rojas, asesinó a 18 militares
y 13 civiles, entre ellos el general Juan
Jose Valle



Ayer se cumplieron 53 años de un crimen terrible cometido en nuestra patria. De un crimen que sería, tal vez, la tapa de una caja de Pandora que habría de mostrar sus más pavorosos contenidos durante la Tiranía Criminal de 1976.

Un año después del criminal bombardeo de los transeúntes de Plaza de Mayo, un medio día de mediados de semana, el gobierno que había asumido a cañonazos en nombre de la libertad y la democracia, con el lema de Cristo Vence y el compromiso de que no hubiera vencedores ni vencidos, tendió una trampa a un grupo de patriotas para escarmentar a un pueblo disconforme.

Hace un par de años, algún familiar de quienes dieron las órdenes de matar compatriotas y a quien los medios consultan como opinión autorizada, sigue pensando que “los fusilamientos evitaron la guerra civil”.

No se ha percatado de que esa guerra civil –que duró dos décadas- no se evitó con tales crímenes, y que estos tuvieron alguna relación con la muerte violenta, años más tarde, de su propio padre.

LOS FUSILAMIENTOS DE JUNIO DEL 56

A la violenta caída del gobierno constitucional del General Perón, en septiembre de 1955, siguieron la proscripción del Movimiento Nacional, la intervención de la CGT, la cárcel y el vilipendio de dirigentes, militantes y simples trabajadores y hasta la prohibición de mencionar al ex presidente bajo amenaza de penas de prisión y de multa pecuniarias. Pero la dictadura de Aramburu y Rojas fue más allá. La Argentina se afilió al Fondo Monetario Internacional –cosa que había evitado Perón durante 10 años- se abandonó la Tercera Posición independiente, alineando a nuestro país con los intereses de los Estados Unidos, se derogó por decreto la Constitución de 1949 y se aplicó una política económica que agredió a la industria y produjo el brusco empobrecimiento de la clase trabajadora.

La resistencia se inició espontáneamente en los barrios populares. Perón había dejado doctrina y mística, aunque no muchos dirigentes habían demostrado tenerla en las horas de prueba. Pero si la mayor parte de los dirigentes, desgastados por diez años de poder, dejaron el protagonismo, el pueblo tenía clara conciencia de que el gobierno caído era el propio, más allá de los errores que pudiera haber tenido, y que los que gobernaban desde septiembre eran los contreras como hasta 1955 se llamaba a los enemigos de Perón.

Las acciones de sabotaje, las huelgas, la propia casa como refugio de los compañeros perseguidos, se hicieron cosa de todos los días. Poco a poco comenzaron los contactos entre núcleos de resistencia, hasta que los generales Juan José Valle y Raúl Tanco se pusieron a la cabeza de la conspiración que pretendía restaurar la Constitución derogada, llamar a elecciones libres y terminar con la política antinacional y antipopular. Sin embargo, estaban engañados por el ambiente que los rodeaba y supusieron ingenuamente que el ejemplo de un levantamiento de algunos oficiales arrastraría al resto de las Fuerzas Armadas. Las medidas dictatoriales de los gobernantes, que contradecían su retórica democrática, habrían defraudado seguramente, a la mayoría de los uniformados. Pero el ambiente militar estaba lejos de lo que soñaban Valle, Tanco y sus seguidores. A las purgas de peronistas y nacionalistas había seguido el rápido cambio de camiseta de los oportunistas que se mostraban tanto más libertadores, cuanto más peronistas habían sido durante la tiranía.


En el martes 12, el capitán de fragata Francisco Manrique detuvo y llevó a Valle al 1 de infantería. Desde allí fue enviado a la Penitenciaría, mientras el gobierno informaba que había sido capturado “siendo rodeada la manzana del escondite por efectivos de la Policía Federal.”[ Ante la inminencia de la ejecución, su hija Susana logró entrevistarse con monseñor Tato, quien se interesó e intentó un pedido de clemencia del Papa al presidente Aramburu. Este no llegó a tiempo y Valle debió despedirse personalmente de su angustiada hija, recomendándole, como el mártir de Navarro, que “no guardes amargura con nadie.”

Una vez que tuvo conciencia del destino que le esperaba, Valle escribió a Aramburu, su compañero de banco del Colegio Militar, su última carta:


"Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado.
Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido.
Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó astucia o perversidad para adivinar la treta.
Así se explica que nos esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que avanzaran los tanques de ustedes aun antes de estallar el movimiento, que capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus victimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones.
La palabra "monstruos" brota incontenida de cada argentino a cada paso que da.
Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado. Dirán de nuestro movimiento que era totalitario o comunista y que programábamos matanzas en masa. Mienten. Nuestra proclama radial comenzó por exigir respeto a las Instituciones y templos y personas. En las guarniciones tomadas no sacrificamos un solo hombre de ustedes. Y hubiéramos procedido con todo rigor contra quien atentara contra la vida de Rojas, de Bengoa, de quien fuera. Porque no tenemos alma de verdugos. Sólo buscábamos la justicia y la libertad del 95% de los argentinos, amordazados, sin prensa, sin partido político, sin garantías constitucionales, sin derecho obrero, sin nada. No defendemos la causa de ningún hombre ni de ningún partido.
Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror. Pero inútilmente. Por este método sólo han logrado hacerse aborrecer aquí y en el extranjero. Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes.
Como cristiano me presento ante Dios que murió ajusticiado, perdonando a mis asesinos, y como argentino, derramo mi sangre por la causa del pueblo humilde, por la justicia y la libertad de todos no sólo de minorías privilegiadas. Espero que el pueblo conocerá un día esta carta y la proclama revolucionaria en las que quedan nuestros ideales en forma intergiversable. Así nadie podrá ser embaucado por el cúmulo de mentiras contradictorias y ridículas con que el gobierno trata de cohonestar esta ola de matanzas y lavarse las manos sucias es sangre. Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos. Viva la patria."

Juan José Valle. Buenos Aires, 12 de junio de 1956.