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miércoles, 19 de diciembre de 2007

Artículo del Dr. JORGE RACHID


DICTADURA O MERCADO



Hasta hace diez años más o menos, los términos antitéticos era Democracia o Dictadura, pero la dinámica en la era de la Globalización y la Modernidad los replanteó, a la luz de las necesidades de las nuevas definiciones del Imperio, de estos tiempos, como por ejemplo “el eje del mal”, o la defensa de la Libertad.
Como decía Churchill la “democracia es un sistema imperfecto pero todos los demás sistemas son peores”, por lo menos en aquel entonces. En las actuales circuns-tancias el gobierno del pueblo, que es o debería ser la democracia, no logra consolidarse ni estabilizarse, si no responde estrictamente a lo “políticamente correcto” para el mercado, verdadero y último gerenciadorauditor de las democracias limitadas “autorizadas” por el “Consenso de Washington” desde la década del 80.
Amy Chua, funcionaria del Banco Mundial, en su libro “El mundo en llamas”, después de analizar país por país en su evolución económica, en especial los de mayor crecimiento en el mundo de los últimos 30 años, concluye que si la democracia es el gobierno de las mayorías populares, es contradictorio con las políticas de mercado, que acumulan riquezas para las minorías privilegiadas de los países, por lo cual la contradicción evidente termina por estallar en conflictos sociales y políticos, en la polarización, intereses de las mayorías populares versus acumulación de riquezas y poder de las minorías oligárquicas, viejas o nuevas que llevan necesariamente a replanteos institucionales.
En éste sentido es claro que el mercado no puede ser el ordenador social de un modelo de construcción política de una Nación. No puede haber mercado en la salud ni en la educación, no lo puede haber en las políticas sociales ni en los proyectos de desarrollo e investigación vitales al conocimiento que consolida los liderazgos tecnológicos.
El mercado sólo puede ser el andarivel de negocios privados que no comprometan al orden social, ni el avance de los pueblos. No puede ser tampoco el garante de la democracia, cuando sus intereses son contrarios al bien común, que es el destino final de las utopías de la política. Sí debe ser ésta, la política, el instrumento de los países que garantice la solidaridad social como bien último a resguardar, en cuanto a soberanía y capacidad de decisión.
En nuestro país cuando desde la “Ley Sáenz Peña” en adelante, el voto obligatorio llevó al gobierno a las fuerzas populares, primero Yrigoyen y luego Perón, las fuerzas del sistema de privilegio, “la antipatria“ de Jauretche, llevaron adelante la campaña de demonización dictatorial de los líderes, quienes por el voto legítimo del pueblo accedieron al poder, mientras los supuestos demócratas arrasaron a sangre y fuego al pueblo, proscribiéndolo, en nombre de la libertad y la democracia. (1955-1976)
El significado de la palabra libertad es interpretado de manera diferente por los ac-tores sociales en juego. Para cualquier argentino, libertad significa estudiar, trabajar, decidir, tener familia, viajar, pensar, actuar socialmente, protagonizar, participar entre miles de cuestiones más, que significan el sentido mismo de la vida.
Para quienes actúan por intereses personales o de grupo, por posiciones de poder o privilegio, libertad significa poder decidir por los otros, respetar el mercado que los poderosos manejan, actuar dentro del sistema, ser políticamente correcto, for-malmente educado, hipócritamente comprensivo con las necesidades sociales e interna-cionalmente alineado con el imperio de turno.
Algo de eso pasa hoy en el mundo. Gobiernos legítimos avalados por el voto de las mayorías populares, son estigmatizados por el poder mundial representado en la glo-balización por el “Grupo de los 8” en lo político, las Naciones Unidas como parlamento, los organismos de crédito internacionales como herramienta económica de presión y el despliegue internacionalista de “ejércitos de la libertad”, sostenidos por una prensa complaciente a nivel mundial, que muestra el eje de los intereses globalizados, antes que el de los países atacados en sus intereses soberanos.
Es por ello que nadie duda que países como Pakistán o la ex Birmania, que están gobernados por gobiernos dictatoriales, o países monárquicos como Kuwait o Arabia Saudita, con regímenes despóticos, o países como China y ahora Corea, con régimen de partido único, pueden ser considerados aliados de la modernidad y la democracia, mientras países democráticos como Líbano, Irán , Venezuela, Bolivia, entre otros, con elecciones de mayorías populares plenas, son encuadrados en categorías de exclusión internacional y sancionados, primero económica y luego militarmente.
Cuando el presidente de una Nación organiza acciones punitivas unilaterales desde el asesinato selectivo a líderes de otros países, hasta detenciones clandestinas en cárceles apenas detectadas por la comunidad internacional, cuando ese mismo presi-dente mata en nombre de la libertad mas de 600 mil iraquíes en menos de tres años y amenaza con una guerra que pone al mundo al borde mismo del Holocausto y no es expulsado de concierto de naciones, algo anda mal.
En cualquier país del mundo el asesinato es punible; en EEUU es galardonado con el premio Nobel de la Paz, otorgado por Suecia como es el caso Kissinger, columnista habitual del diario “Clarín”, pese a ser el responsable directo de la muerte del Dr. Salvador Allende, entre otros prominentes hombres y mujeres democráticos, opuestos a las dictaduras latinoamericanas del 70 y al Plan Cóndor de asesinatos masivos de su invención, como responsable del Departamento de Estado de EE.UU.
Las naciones latinoamericanas en busca de su destino desde hace casi 200 años, han comenzado un proceso interesante y conmovedor de constitución regional como bloque, desde los intereses de los pueblos como unidad de concepción.
Para ello han dado los primeros pasos en la organización de instrumentos comunes de desarrollo, desde el financiero con la creación del Banco del Sur, hasta la empresa binacional de petróleo entre PDVSA y Petrobrás, con inversiones conjuntas en explora-ción e investigación y esfuerzos comunes en destilación. Estas naciones de la cuales los argentinos participamos, se plantean la moneda común como forma de salir de la dependencia, de poseer fondos genuinos de reservas acumuladas por el esfuerzo de los pueblos, en manos externas, muchas de ellas depositadas en la Reserva Federal de EEUU.
Europa con guerras y muertes, odios ancestrales, divisiones capciosas, lenguas diferentes, gobiernos de antagónicos signos políticos, lo hizo en 20 años, permitiendo un desarrollo y calidad de vida superior a sus pueblos. También es cierto que no abandonaron ni sus intereses, ni sus colonias de ultramar, ni sus enclaves estratégicos, entre ellos Malvinas, Ceuta ni Melilla, entre otras.
Sin embargo son el eje del bien y nosotros los latinoamericanos, vivimos bajo la lupa del imperio y la Comunidad Europea, en nuestros intentos soberanos.
Proyecto Nacional
El General Perón en su último mensaje al pueblo argentino, el 1 de mayo de 1974, en el Congreso de la Nación, leyó el documento “Modelo Argentino para un Proyecto Nacional”, donde entre otros conceptos reafirmaba que la única herramienta de defensa ante los desafíos de los próximos años, que los ubicaba en los recursos estratégicos como los energéticos no renovables y las aguas dulces como recurso crítico en el siglo XXl, era la unidad latinoamericana de naciones y reafirmaba que esos recursos nos intentarían arrancar, por la traición de los dirigentes, o por la fuerzas de las armas por el Imperio.
Toda una premonición de quien conocía el devenir del mundo desde una visión estratégica y nos alertaba acerca de una globalización de la mano de los intereses de la corporación petrolera-militar que hoy se verifica en la pugna de las potencias por las reservas de hidrocarburos, su oposición a los planteos acerca del calentamiento global y la negativa de dichos países imperiales, que responden a esos intereses a firmar los tratados internacionales que piden urgentes medidas de protección del medio ambiente mundial. Otra vez el mercado a través de sus voceros de la industria bélica, adquiere jerarquía antes que los reclamos de los pueblos y la supervivencia de este mundo.
Hoy los argentinos nos debemos un Modelo Argentino, que en lo institucional re-formule la democracia limitada, consolidada en la Constitución del 94, que fragmenta al país, sus recursos estratégicos provincializándolos, su capacidad soberana sometida a tratados internacionales, entre otras cuestiones, cambiando por una democracia participativa y federal que respete la integridad territorial y política del país.
Ese modelo social solidario a reconstruir, debería ser consensuado por todos los actores sociales, cerrando las heridas que las elecciones permanentes, al cambiar el eje político por la carrera de los espacios de poder, impide consolidar como pacto patriótico de cara al futuro, donde se discutan las herramientas y la forma de realizarlo, pero no las políticas estructurales acordadas que tengan por objetivo consolidar la Nación, como espacio común del pueblo argentino, gobierne quien gobierne.
Privilegiar los intereses del pueblo argentino, nunca debería ser objetado como un debilitamiento de la gobernabilidad o de las instituciones. Lo que es bueno para el pueblo argentino, es bueno para la democracia popular.
Demasiadas experiencias hemos vivido de crecimientos económicos con argentinos empobrecidos y expulsados de la pirámide social. Hemos vivido la fragmentación latinoamericana, desde el inicio mismo de nuestra emancipación por acción constante del imperio de turno, como para no aprovechar el impulso actual para constituir la unidad latinoamericana como “Proyecto Continental”, así planteado por Perón en su mensaje al Parlamento del 74.
Sufrimos la diáspora social, el entierro del Estado de bienestar, la canibalización de los recursos y sus secuelas de desocupación y dolor, las privatizaciones, sin compromiso social, de las empresas del estado monopólicas, cedidas a precios viles, con tarifas del primer mundo y servicios de tercera.
Si esa es la experiencia, no podemos tropezar otra vez con la piedra del capital financiero modelando desde la democracia, hasta la distribución de la riqueza, desde las jubilaciones, a la salud y la educación, pasando por el crédito y la moneda, verdaderas herramientas de desarrollo y de decisión soberana.
Se impone en esta hora, la necesidad de políticas de Estado que contengan a todos los argentinos dispuestos a construir un futuro para todos, en nuestro espacio común latinoamericano, con soberanía y dignidad.


Dr. JORGE RACHID
Buenos Aires, 15-12-07.