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martes, 7 de septiembre de 2010

Juana o el heroísmo de las mujeres

Por PACHO O´DONNELL

La celebración del Bicentenario es un buen motivo para reinvindicar el papel de la mujer en los primeros años de nuestra patria cuando muchas de ellas empuñaron el sable o la lanza para defender sus ideas, desmintiendo el rol pasivo de donar alhajas o coser banderas que le adjudicó nuestra historiografía machista.

El prototipo fue Juana Azurduy, nacida en 1781 cerca de Chuquisaca, Juana pronto quedaría huérfana de padre y madre. Su vecino de finca era el joven Manuel Ascencio Padilla y ambos, enamorados, compartiendo sus ansias de justicia e independencia contrajeron matrimonio y en poco tiempo más la dicha hogareña se completó con el nacimiento de los hijos Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes.

La vida cambiaría definitivamente para los esposos el 25 de mayo de 1809, a raíz del levantamiento revolucionario en el Alto Perú que entonces formaba parte de las Provincias Unidas del Río de la Plata como antes se llamaba nuestro territorio. Juana y Manuel tomaron partido por la causa de la libertad americana llevando consigo a sus cuatro pequeños.
Juana recorría las comarcas vecinas reclutando mujeres y hombres para la guerra de guerrillas y organizó un batallón que bautizó con hombre de "Leales", integrado también por amazonas, que comandó en varias acciones contra la dominación española. En una de ellas venció a los realistas en la batalla de "El Villar", siendo premiada por el gobierno de Buenos Aires, por recomendación de Manuel Belgrano con el grado de "Teniente Coronela", único caso en nuestro ejército.

Los realistas se propusieron terminar de una vez por todas con el matrimonio patriota. Acosada por el fortalecido enemigo Juana se internó en el valle de Segura, ocultándose a orillas de pantanos infestados de mosquitos. Allí sus cuatro hijos contrajeron la fiebre palúdica y todos murieron, uno atrás de otro.

Pero la tragedia seguiría ensañándose con Juana: una emboscada se abatió sobre los patriotas guerrilleros y la situación se tornó muy comprometida. Entonces Manuel Ascencio Padilla, quien ya había ganado distancia en su escape, volvió grupas para defender a su amada. Fue entonces alcanzado por un trabucazo que lo derribó en tierra. El cruel coronel Aguilera, también altoperuano aunque al servicio del rey, decapitó al derribado Padilla allí mismo.

A partir de entonces Juana Azurduy, ahora viuda de Padilla, buscó protección en Martín Miguel de Güemes pero tiempo después, como perseguida por un sino siniestro, también el jefe de los gauchos de Salta se inmolaría en su lucha por la independencia de su patria.

Regresada a Chuquisaca, uno de los pocos momentos de felicidad de Juana Azurduy fue cuando sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado del mariscal Sucre, se presentó en su humilde vivienda de adobe y paja para expresar su homenaje a tan gran luchadora. concediéndole una pensión mensual de sesenta pesos.

Sin parientes ni amigos, a los 82 años, Juana murió en la más absoluta soledad y pobreza porque la pensión acordada por Bolívar le fue pagada puntualmente apenas durante dos años.

Murió, como no podía ser de otra manera, un 25 de Mayo. Y esto, un postrer homenaje de la historia, también fue, una vez más, motivo para el desaire de sus contemporáneos porque cuando alguien se dirigía a las autoridades chuquisaqueñas reclamando las honras fúnebres que le hubieran correspondido, el mayor de plaza, un tal Joaquín Taborga, le respondió, en una involuntaria broma de pésimo gusto, que nada se haría pues estaban todos ocupados en la conmemoración de la fecha patria.

Juana Azurduy todavía espera el homenaje que nuestra Patria le debe, como a otras mujeres que guerrearon a la par de los hombres por la independencia argentina.