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martes, 7 de septiembre de 2010

Protagonismo popular: antes y ahora

Por NORBERTO GALASSO

En estos momentos en que los argentinos buscamos soluciones, después de tantos golpes y frustraciones que venimos sufriendo desde 1974, se nos cruzan los recuerdos del pasado con los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo. Hay quienes dicen: "Hay que mirar para adelante y dejarse de rituales y nostalgias". Pero yerran porque no es posible avanzan si no se sabe desde dónde y esto implica también conocer cómo hemos venido a parar en lo que estamos. No existe futuro sin conocimiento profundo del presente que queremos mejorar, así como del pasado que explica este presente. Y ahí se entrecruzan entonces política e historia.

Si acordamos en esto, tendremos que preguntarnos cómo ocurrió aquella historia. Y allí de nuevo, necesitamos saber que no hay historia sin política, que los hechos fueron como fueron pero que han sido interpretados desde una determinada ideología, la cual no flota entre las nubes sino que tiene su sustento en intereses materiales concretos.

En este sentido, la Historia Oficial -creada por el mitrismo y desarrollada por los ideólogos del liberalismo conservador- se ha encargado de relatarnos que "los vecinos principales", "los propietarios", "la gente decente" fue convocada a un Cabildo Abierto el 22 de mayo y allí nació la propuesta de la cesantía del virrey Cisneros. "El sol del 25" asomó para darnos comercio libre, con la colaboración de Lord Strangford y luego, la bendición de Canning, porque nuestras minorías ricas amaban la libertad. A ellas se debería el progreso histórico de los argentinos que, según esta versión, fue asegurado luego por la minoría Rivadaviana imponiendo "la unidad a palos" a los pueblos "bárbaros" que se erguían junto a sus caudillos y coronada, después, por la acción de Mitre, también amigo del Imperio Británico, con el trazado ferroviario en abanico y la instalación de Bancos británicos. Arrasados los pueblos, del noroeste argentino y exterminado el Paraguay, los próceres liberales nos condujeron a construir el "gran país", blanco, de "europeos desterrados" como dijera un poeta, hasta que la aparición de movimientos populares inorgánicos, liderados por caudillos autoritarios, nos llevó a dejar de ser aquella "Gran Argentina de nuestros mayores" y parecernos cada vez más a estos pobres países latinoamericanos. (De Grosso y Levene a García Hamilton y la Historia Social).

Sin embargo, hoy, cada vez más argentinos rechazan esa fábula escolar que introdujeron en nuestros cerebros infantiles. Ahora se sabe que esos "vecinos principales" no podían protagonizar revolución alguna, ni echar a ningún virrey, pues vivían plácidamente en el "viejo orden", con varios esclavos en sus casas, escudo nobiliario en las fachadas de sus casas y que ellos votaron, ese 22 de mayo, por la continuación de ese régimen realista que asegura sus privilegios. Ahora se sabe también que perdieron la votación porque se entrometieron -con tarjetas de invitación falsas- los hombres del pueblo que la burocracia virreinal, en su informe posterior, llamaría "una chusma" que agitaba "especies subversivas"

Revisemos la información de que disponemos: votaron a favor del virrey: Martínez de Hoz, Quintana, Arroyo, Beláustegui, Oromí, de las Carreras, Quirno y Echeandía, Ezcurra, Neyra y Arellano, Cerro Sáenz, Fernández Molina y Bosch, entre otros. ¿Conoce esos apellidos, no es cierto? Son familias "de pro", es decir, los privilegiados del sistema que no querían ni quieren cambio alguno. En cambio, votaron contra el virrey "hombres ignorados", gente como Arzac "que no es nada" según el virrey, un cartero (French), un empleado del Estado (Beruti), un tipógrafo (Donaldo), algunos abogados un tanto díscolos como Francisco "Pancho" Planes que fue el único que exigió, al votar, que se enjuiciara al virrey por la represión de 1809 en el Altoperú, otros sin oficio conocido como Mariano de Orma, un oficial como Florencio Terrada, un agitador nato como Cardozo que luego fue a sumarse a las huestes de Artigas, algunos jacobinos exaltados como Castelli, Belgrano y Moreno, un médico como Argerich, un cura que andaba con dos pistolas al cinto como Juan Manuel Aparicio y otro cura, el padre Grela, de palabra ríspida a quien llamaban "el padre Granizo" que por supuesto no hacían caso a la prédica pro-virrey exaltada por el obispo Lué a favor del absolutismo. Eran en verdad, como llamaría Scalabrini Ortiz a los hombres del 17 de octubre del 45, "los de nadie y sin nada" que, precisamente, por eso, ansiaban el cambio y ponían en cuestionamiento el orden consagrado que regía en beneficio de los poderosos.

Con mayor o menor claridad, ese mundo revoltoso de la plaza histórica -esos "manolos" o "chisperos" de "La legión infernal"- son los que finalmente se impusieron en la votación y treparon las escaleras del Cabildo, en el mediodía del 25 para "apretar" a la burocracia virreinal y exigir el nombramiento de la Junta. ¿Qué ansiaban esos impetuosos y atropelladores muchachos, con trabucos y puñales? Querían concluir con la esclavitud, abolir los instrumentos de tortura, destruir los escudos nobiliarios y las prohibiciones de la Inquisición, en fin, querían lo que aprobó luego la Asamblea del año XIII, aquello que San Martín denominaba "el evangelio de los derechos del hombre": abolición de títulos nobiliarios, destrucción de instrumentos de tortura, libertad de pensamiento y de prensa, libertad de vientres para ir concluyendo con la esclavitud, eliminación de tributos al indio y unión en la Patria Grande. Lo explicó Moreno en el Plan de Operaciones, lo ratificó Monteagudo en su periódico "Mártir o libre", lo concretó San Martín en su campaña liberadora. No podía ser de otra manera y la clase dominante debió hacer esfuerzos tremendos a través de la escuela, las academias, los poetastros a su servicio y los medios de comunicación para que no se hiciese evidente algo que era tan natural: los cambios los impulsan los que están mal; el quietismo conservador y reaccionario lo defienden los que están bien.

Partiendo de esta concepción se comprende de qué modo el protagonismo popular signa las mejores épocas de nuestro progreso histórico. Basta con hacer una historia de la deuda externa de la Argentina, que implica dependencia, sometimiento y saqueo de nuestras riquezas, con la consiguiente miseria popular, para comprobar que ella alcanza sus valores mayores justamente en el Primer Centenario, en pleno apogeo de la Argentina oligárquica. Asimismo, que ella desciende cuando las masas yrigoyenistas llegan al poder y que se reduce a cero en 1948 cuando los trabajadores tienen ganadas las elecciones y las calles. Lo mismo podríamos comprobar con el grado de independencia de nuestra política exterior, que alcanza sus momentos de mayor plenitud bajo la presidencia de Yrigoyen y de Perón. Lo mismo ocurre con el salario real y los índices de ocupación que son un resumen del mayor bienestar de las grandes masas.

La verdadera historia de aquel Cabildo abierto nos quiebra la concepción oligárquica de que las minorías deben gobernar y nos da la certeza que sólo el protagonismo popular puede permitir nuestro progreso hacia una sociedad más justa e igualitaria. Sólo así el pasado revolucionario se nos viene encima, iluminando el presente y apuntando el camino hacia un futuro de liberación. La Historia, maestra por sobre todo, nos demuestra que así como aquello fue posible en el pasado, lo será también en el futuro. Por esta razón, la clase dominante se ha encargado de falsificar aquella historia y por eso también nosotros nos preocupamos por revelarla tal cual fue.